Italia acogió el Mundial de 1934, el segundo de la historia y el primero que albergó el continente europeo. Benito Mussolini, que no era aficionado al fútbol, era consciente de la trascendencia el fútbol en el ámbito social. El régimen fascista vio en la posibilidad de acoger el segundo Mundial de la historia del fútbol, la posibilidad de difundir su ideología y de exhibir la fuerza militar que disponían. Para albergar la organización del torneo mundialista de 1934 había dos candidaturas, la sueca y la italiana. Sin embargo, las presiones diplomáticas de Mussolini fueron fructíferas y la delegación escandinava retiró su candidatura a las primeras de cambio, por lo que Italia quedó sin rivales y fue proclamada organizadora del Mundial.
El torneo fue disputado por 16 equipos y estaba organizado en forma de eliminatorias directas, con un partido de repetición en caso de empate. Italia se estrenó en octavos de final ante la débil Estados Unidos, ante la que ganaron con facilidad y sin mayor controversia. En la siguiente ronda, cuartos de final, Italia se enfrentó a España que tenía una de sus mejores selecciones de la historia, con estrellas a nivel mundial como Ricardo Zamora, Jacinto Quincoces o Luis Regueiro. En el encuentro, disputado en el Stadio Giovanni Berta de Florencia, la selección italiana llevó el partido a una batalla campal, en un encuentro en el que varios jugadores españoles salieron lesionados ante la pasividad del colegiado belga Louis Beart, que había sido nombrado para dirigir el partido por la comisión técnica dirigida por Mussolini, que seguía todos los partidos desde el palco con gestos histriónicos. Al día siguiente se jugó el partido de desempate con una selección española muy disminuida ante las lesiones. Italia ganó por un gol a cero en otra actuación discutible del colegiado.
En la semifinal, disputada en San Siro, Italia se enfrentaba a Austria, considerada la mejor selección de Europa en aquel momento. El encuentro finalizó con victoria italiana por un gol a cero, merced a un gol en fuera de juego de Guaita tras falta de Meazza al guardameta austriaco Platzer. El árbitro en aquel encuentro era Ivan Eklind, que no marcó infracción alguna y dio el gol por válido. Eso le valió para pitar la gran final, en la que los italianos tuvieron como rival a Checoslovaquia.
GRAN FINAL
Tal y como Mussolini y su aparato habían diseñado, Italia se había plantado en la gran final. Más allá de las polémicas decisiones arbitrales, los italianos contaban con un plantel de gran nivel, en el que destacaban el guardameta Gianpiero Combi, Giuseppe Meazza, Angelo Schiavio y los oriundos procedentes de argentina: Enrique Guaita, Raimundo Orsi y Luis Monti. Este último había sido el mediocentro de la selección argentina en el Mundial de Uruguay 1930. Su papel había sido fundamental para que Argentina llegara a la final. Sin embargo, horas antes de jugar la final, se le envió un papel a la habitación del hotel de concentración, en el que le amenazaban de muerte tanto a él como a su familia si ganaba ese partido. El jugador quedó petrificado e intentó no jugar en el encuentro, hablando con federativos que no le hicieron caso. Durante la final, presa del miedo, apenas tuvo participación e incluso ayudaba a los jugadores uruguayos cuando caían al suelo. Al final, Uruguay ganó por cuatro a dos. Las amenazas provenían de agentes secretos enviados por el gobierno de Mussolini, que tenía como objetivo crear odio entre los argentinos hacia su persona y terminar nacionalizándolo para que jugara con Italia cuatro años después. Monti vivió un infierno en Argentina, con los aficionados insultándolo por la calle. Meses después, recibió una proposición para que se nacionalizara italiano, aprovechando su origen, a cambio de una suculenta cantidad de dinero. El jugador decidió cambiar de continente y se enroló en la escuadra azzurra y en la Juventus. Una vez convocado para el torneo, su papel fue clave para que Italia alcanzara la final, especialmente por su actuación en la semifinal ante Austria, en la que hizo un agresivo marcaje al hombre a Matthias Sindelar, que no dejó que la gran estrella centroeuropea pudiera tocar el balón.
Por el otro lado del cuadro había llegado hasta el partido decisivo la selección checoslovaca, un brillante conjunto formado básicamente por los mejores jugadores del Slavia y el Sparta de Praga. Destacaban en aquel equipo Ferdinand Daučík, poderoso defensor que terminaría siendo técnico en el fútbol español, así como Nejedly y Frantisek Planicka, extraordinario guardameta, posiblemente el mejor jugador del torneo mundialista. El fútbol checoslovaco de la época era uno de los más destacados del mundo, como lo demuestran los éxitos de sus clubes en la Mitropa Cup, embrión de la posterior Copa de Europa.
La gran final se jugó en el Stadio Nazionale Fascista de Roma ante 45.000 espectadores que llenaban abarrotaban las gradas en un clima de exaltación nacional. El Duce presidió el encuentro desde el palco, mostrándose durante el mismo eufórico y saludando al público que tenía alrededor. La tensión se mascaba tanto en las gradas como sobre el césped. El encuentro comenzó con dominio de la selección checa, que se vio reflejado en el marcador con un gol en el minuto 15 del extremo izquierdo Antonin Puc, auténtico quebradero de cabeza de su par, Attilio Ferraris. A partir de ese momento, comenzó un asedio infructuoso de la selección azzurra, que con más corazón que cerebro intentaba perforar el marco de Planicka.
En el descanso del encuentro, un hombre de Mussolini entró al vestuario y entregó una nota manuscrita al seleccionador italiano que decía: “Señor Pozzo, usted es el único responsable del éxito, pero que Dios lo ayude si llega a fracasar”. El clima de tensión entre los jugadores italianos era palpable. Sabían que la espada de Damocles pendía sobre ellos en caso de una derrota. El segundo tiempo seguía por los mismos derroteros que el final del primero. La vanguardia italiana se estampaba ante la organizada defensa de la selección que dirigía Karel Petru. En el minuto 73, Svoboda tuvo una ocasión que dejó muda a la muchedumbre italiana. Vittorio Pozzo, a la desesperada, optó por cambiar de posiciones al extremo derecho, Guaita y al ariete, Schiavio. Cuando parecía que el título se escapaba de las manos de la anfitriona, el extremo izquierdo italo-argentino Raimundo Orsi, logró el gol del empate, que llevaba a la prórroga. El duce y sus acompañantes en el palco saltaron aliviados.
En el tiempo suplementario, en el que apenas pudo jugar Giuseppe Meazza por lesión, los jugadores estaban agotados física y psíquicamente. Si uno de los equipos lograba marcar, decantaría la final para un lado o el otro. En el minuto 95, un gol de Schiavio decantó la balanza a favor de la azzurra. A partir de ese momento, la escuadra italiana se atrincheró en torno a Combi. Checoslovaquia ya no tenía fuerzas para más. Llegó el minuto 120 y Eklind, el colegiado sueco, pitó el final. Seguro que también se sintió aliviado. Italia era campeona del mundo, Mussolini sonrió y los jugadores y técnicos pudieron respirar tranquilos.
FICHA TÉCNICA
Mundial de Italia 1934 (Final): Italia 2 – 1 Checoslovaquia
Stadio Nazionale, Roma (55.000 espectadores)
Árbitros: Ivan Eklind -SUE- (colegiado), Louis Andre Baert -BEL- y Mihaly Ivancsics -HUN- (auxiliares)
ALINEACIONES
ITALIA (2-3-2-3): Combi; Monzeglio, Allemandi; Ferraris, Monti, Bertolini; Meazza, Ferrari; Guaita, Schiavio, Orsi.
CHECOSLOVAQUIA (2-3-5): Planicka; Ctyroky, Zenisek; Krcil, Cambal, Kostalek; Puc, Nejedly, Sobotka, Svoboda, Junek.
GOLES
Antonin Puc (0 – 1 min. 70), Raimundo Orsi (1 – 1 min. 81), Angelo Schiavio (2 – 1 min. 95)