Cuando un club decide erigir una estatua a algún jugador lo eleva a la categoría de su propio Olimpo futbolístico. Todos recordamos algunos bustos como el de Pichichi en San Mamés, al gran Eusebio presidiendo el Estadio Da Luz de Lisboa o ese trío formado por George Best, Denis Law y Bobby Charlton que juzga severamente a todo aquel aspirante a entrar en el selecto grupo de jugadores consagrados en Old Trafford. El Fútbol Club Barcelona no iba a ser menos y, a los pies de su estadio, entre patrocinadores asiáticos y modernas marcas de automóviles podemos apreciar la figura de Ladislao Kubala. Una figura que nos retrotrae a un fútbol antiguo, venerado, donde los nombres de los futbolistas eran pequeños rumores que se extendían y su leyenda se acrecentaba a cada hito que conseguían.
En 1951 Kubala aterrizó en Barcelona tras una serie de acontecimientos en una vida caótica tras la Segunda Guerra Mundial , con cambios constantes de países y formaciones, que le hizo vestir dos camisetas nacionales diferentes, la checoslovaca once veces y la húngara en seis ocasiones (posteriormente luciría también la española, convirtiéndose en el único jugador de la historia en llevar tres escudos nacionales distintos en el pecho) gracias a la intervención de Samitier, quien lo rescató para el fútbol mientras ofrecía su calidad jugando partidos de exhibición y huyendo de los regímenes soviéticos.
Si la vida son decisiones, Kubala tuvo suerte en una de ellas. Su infructuoso fichaje por el Torino, quien le invitó a jugar un amistoso en Lisboa, le salvó la vida. Ese equipo de ensueño encontraría su final en el viaje de vuelta en Superga. Kubala, quien tuvo que huir cada poco tiempo de ciudades y países, había esquivado a la muerte.
El Real Madrid puso sus ojos en Kubala, al saber que estaba dando partidos de exhibición junto a algunos jugadores exiliados del Telón de Acero y quiso ficharle. Kubala quería que el exseleccionador checo Ferdinand Daucik, cuñado suyo, fuera el entrenador, el conjunto blanco no aceptó y el Fútbol Club Barcelona movió los hilos para traer a Laszy a la ciudad condal. Algo que Santiago Bernabéu no olvidaría en la capital y que tendría su otra vertiente, años después, con el fichaje de Alfredo Di Stéfano. En unos hilos movidos por Pep Samitier con el consentimiento del gobierno español, quien veía como buena propaganda que un refugiado de los países comunistas diera brillo y esplendor a España, Kubala recaló en Barcelona.
Kubala fue un torbellino que asoló los estadios allá por donde pisaba, un jugador con un tren inferior potente, buena técnica de pase y un golpeo extraordinario. Se movía por todos los flancos del ataque, goleador nato (en la actualidad es el tercer máximo goleador de la historia del Barcelona) e indestructible en el cuerpo a cuerpo. Ese cuerpo que le confería un aura de jugador poco grácil pero que era oro molido para llevar a buen término las jugadas. Kubala, siempre con las mangas de la camiseta por encima de los codos, impedía a los rivales que le robaran el balón, protegiéndolo con su cuerpo. En San Mamés padeció una gran lesión de ligamentos que le apartó de los terrenos de juego, pero no del fútbol: se acercó a ver a sus excompañeros húngaros en el Mundial 54´. Esa generación de Puskas, Kocsis y Czibor que se ganó el respeto de toda Europa.
Con los catalanes, Kubala logró una gran cantidad de títulos (4 Ligas, 5 Copas del Generalísimo y 2 Copas de Ferias como grandes éxitos) y para siempre quedará en el recuerdo su primer año en el Fútbol Club Barcelona donde se consiguieron las Cinco Copas (Liga, Copa, Copa Latina, Copa Eva Duarte y Copa Martini Rossi). Esa delantera formada por Basora, César, Kubala, Vila y Manchón constituía parte del imaginario popular, y más que lo haría cuando Serrat incluyera a los delanteros, cambiando a Moreno por Vila, en la letra de su canción «Temps era Temps».
Pero a Laszy y a esa gran generación de jugadores que pasó por el Fútbol Club Barcelona durante casi una década les quedará una espina clavada, la Final de Berna. Un equipo compuesto por Luis Suárez, Sándor Kocsis, Zoltán Czibor y liderada por un Kubala que contaba ya 34 años encontró una derrota cruel frente al Benfica de Bela Guttmann. Esa final quedó marcada por varios momentos. Antes del encuentro, las inquietudes entre los magiares Kocsis y Czibor, en el mismo terreno donde perdieron la final de 1954 frente a Alemania. Dentro del campo, la impotencia de los culés para derrotar a los lisboetas, estrellando cuatro balones en la madera y perdiendo 3-2, con goles de Kocsis y Czibor. Tras el pitido del árbitro, la salida de Luis Suárez al Inter de Milán, la retirada de Antoni Ramallets, tras una noche funesta en la que incluso se metió un gol al chocarse con uno de los postes; el último título europeo del Benfica, con la famosa filípica de Bela Guttman tras su cese. Por su parte, Kubala jugaría su último partido como blaugrana cinco meses después en un homenaje donde Puskas y Di Stéfano participaron. Di Stéfano y Kubala, amigos y rivales, trayectorias dispares pero ambos precursores de nuestro fútbol, estrellas rutilantes de un deporte que empezaba a dar pasos en su globalidad.
Kubala ejerció como entrenador del conjunto culé al colgar las botas pero no duró mucho. Volvió a intentarlo, con igual resultado, en los años 80. Su trayectoria, en cambio, en el banquillo de la Selección Española fue duradera. Once años, lo que le convierten en el seleccionador español más longevo a pesar de no obtener ningún gran resultado. También entrenó en varios equipos como RCD Espanyol, Elche CF, Real Murcia, Córdoba, Zúrich, Toronto City y Toronto Falcons, así como a las selecciones de Paraguay y Arabia Saudí.
Hay un antes y un después para el Fútbol Club Barcelona al fichar a Ladislao Kubala. Su calidad, tanto humana como futbolística, condujo al equipo a otra dimensión. La expectación que Kubala levantaba en el aficionado llevó al club catalán a mudarse de estadio, dejando Les Corts y pasando al Camp Nou. 256 partidos y 194 goles, incluyendo siete en un partido frente al Sporting de Gijón y una admiración grande por todos los campos por los que pasaba.
Probablemente la figura de Leo Messi sea, con el paso del tiempo, la que marque el camino a la hora de hablar del Fútbol Club Barcelona. Pero nunca habrá que olvidar al hombre sobre el que se cimentaron las bases para un futuro, Ladislao Kubala.