El marqués de Sade fue un reconocido filósofo, escritor y pensador del siglo XVIII. Su obra caló en las entrañas de la sociedad francesa de entonces, sumida en el deísmo, la famosa “Guerra de la harinas” y el mandato de Luis XIV. Su legado se comenta aún cientos de años posteriores a su muerte. Entre sus populares adagios y frases cargadas de ironía, dejó una muy peculiar:
Simple a la vista pero con una connotación extensa. Si se analiza, muchas veces las personas mejor dotadas o más destacadas por sus logros tienden a ser arrogantes, altivas y desdeñosas. Sin embargo, extrapolando la filosofía del marqués al deporte, podemos encontrar millones de similitudes con muchos personajes poco queridos por la afición del deporte rey, pero de igual manera hallamos casos de uno en un millón, que aúnan conocimiento y sencillez, estrategia y manejo de vestuario, matemática, estudio y gestión de grupos humanos, esos fenómenos que marcan hitos. Uno de ellos, el que trataremos aquí, se dio el lujo de campeonar por Europa y ganarse el respeto continental. El hijo pródigo de Lorrach: Ottmar Hitzfeld.
EL JUGADOR
Desde joven, Hitzfeld despuntó como futbolista en el equipo de su barrio natal, el TuS Stetten. Su talento, olfato goleador y gran visión de juego le llevaron prontamente a debutar en el FV Lorrach, equipo profesional de su ciudad. En 1971, y gracias al consejo de un ojeador, acepta una oferta proveniente de la frontera, Ottmar decide cruzar el “charco” para jugar en el Basilea. En el equipo más exitoso de Suiza culmina su evolución como futbolista y se consagra con el título liguero de 1972-73. Toca su cúspide al formar parte de la selección alemana campeona, en casa, de los Juegos Olímpicos de 1972. En el 73’, es máximo goleador de la competición helvética, abandona el Basilea rumbo a Stuttgart y regresa a Suiza tres años después para acabar su carrera en el FC Lucerna.
EL TIMONEL
Antes de retirarse del ejercicio profesional, en sus últimos años, había mostrado especial interés por las tareas técnicas del Lucerna, demostrando condiciones al aunar la experiencia de la práctica y el pragmatismo de sus estudios seculares. Amante del estudio y exprofesor de Matemática, Hitzfeld representaba la combinación perfecta entre la frialdad laica/planificadora y el bagaje de haber estado allí, en el verde. Sólo necesitaba chance para demostrar su potencial.
La oportunidad vino desde Suiza. Zug, Aarau y Grasshopers constituyeron los primeros pasos de un inexperto pero capaz timonel, que se cargó en casi 15 años de aprendizaje, 3 copas y dos superligas. Desde allí, demostraba una particularidad en su metodología. Troazaba en liga, pero era un experto jugando copas (sobre todo eliminatorias). Debía aprender a administrar ánimos, fuerzas y métodos para constituir éxitos ligueros y, como consiguiente, evolucionar en su especie y mudar a un técnico brillante, más brillante aún.
El llamado al éxito provino de Westfalia. Uno de los grandes alemanes, el Borussia Dortmund, quería contar con él. Una combinación apoteósica que causaría estragos en territorio teutón. Hitzfeld se encontró con una generación espléndida de futbolistas, con condiciones y hambre de triunfo. Las piezas estaban sobre la mesa, era sólo cuestión de saberlas ordenar.
Los primeros años fueron irregulares, sin títulos y con muchas dudas, pocos creían en el éxito de un proceso que, luego de dos años (1991-93) no cosechaba triunfos. La eclosión llegó en el 94’, cuando campeonó con sufrimiento en la Bundesliga. Hitzfeld entendió la importancia de respetar el ADN alemán, buscó un líbero que fuese su Kaiser y se encontró con un Sammer soberbio que se erigió como líder dentro y fuera del campo, además de varios fuera de serie como Chapuisat (un voraz nueve de área) o Paulo Sousa (centrocampista de inteligencia superior). Volvió a ganar el torneo local, demostrando que había aprendido a jugar ligas, pero sus ambiciones estaban más allá, Ottmar estaba convencido de que tenía con que pelear en Europa. Su convicción le pasaría cuentas alegres tiempo después.
Después de jugar una Champions sublime (a destacar la eliminatoria de semifinales contra Manchester), la primera gran obra maestra del matemático se coronó en Múnich, después de pasar como una apisonadora por sobre la Juventus de Lippi, defensora del título, con un contundente 3-1.
Su etapa en Dortmund concluyó con la consecución de la Copa Intercontinental en Tokio ante el Cruzeiro de Dida y Bebeto por la vía de los penales. Estaría un año más pero no lograría ganar nada, mientras desde otro rincón del país, uno de los grandes, el más grande, se fijaba en él.
Un año después, el “Deustcher Meister” encargaba a Hitzfeld de liderar aquella brillante generación muniquesa rumbo a la gloria, a la deriva gloria que siempre ha ido ligada al nombre del Bayern Múnich.
Tras un periplo de 6 años se cansó de ganar, encontrando en Lotthar Matthaus a su Kaiser y en los Kahn, Effenberg y Sagnol sus piedras angulares. Jugandoaron un fútbol total, traía a la memoria aquellas andanzas de Beckenbauer y compañía. En el recuerdo quedarán aquellas noches europeas contra Manchester United (derrota y remontada con un gol agónico de Ole Gunnar) y Valencia, donde socavó en la inexperiencia ché en finales, remontó un gol tempranero de Mendieta y dio la vuelta olímpica tras una tanda de los traicioneros (esta vez amigables) penales. Se llevó la Intercontinental en Diciembre ante Boca y marcó una hegemonía en el fútbol alemán de final de siglo, ganando 4 ligas, 2 copas y una supercopa. Su idilio en Baviera, luego de tocar el cielo con las manos, parecía terminado. Se fue en 2003, tomó un respiro de los banquillos y regresó 4 años después para escribir el epílogo de su cuento de hadas. En 2008 firmó doblete con el Bayern en su regreso, aunque sin éxito europeo esta vez. Allí recibió la llamada de Suiza y puso punto final a su aventura teutona de fantasía.
La selección helvética le quería para intentar el asalto al cetro, en casa, auspiciando la Eurocopa junto con Austria. Los suizos confiaban en el ya mítico Hitzfeld para vivir una réplica del cuento de hadas de Bayern y Borussia. Por cosas del anciano fútbol, no pudo ser. El éxito con selecciones le sería esquivo a un Hitzfeld que fracasaría categóricamente, quedando fuera en dos Eurocopas, desde la fase de grupos (2008) y no logrando la clasificación (2012). En el Mundial de Sudáfrica vivió una epopeya inverosímil. Luego de vencer a España (posterior campeón) dando el batacazo, se cayó ante Chile y Honduras quedando fuera. Antes de llegar a Brasil, el genio de Lorrach anunciaba que, posterior a la cita, se alejaría de los banquillos. Cerró su última aventura mundialista llegando a octavos y cayendo con un gol apoteósico de Di María en la prórroga. Allí, en Brasil, la leyenda del matemático que campeonó por Europa apagaba su llama luego de 28 años de una relación de amor surrealista con el banquillo.
Él dejó el fútbol, alegando cansancio y agotamiento. Pero el fútbol nunca le dejará. Allá donde enseñe matemáticas a algún imberbe joven que sueñe con jugar la pelota, siempre podrá testificar, con relatos de noches europeas mágicas, que sí se puede compaginar la frivolidad de la táctica y el estudio, con el calor humano y la palabra de un líder, de un padre. Así como él lo fue. De igual manera, nadie ha sabido aunar mejor el agua y el aceite. Nadie mejor que él.